De chico tenía un
pensamiento recurrente:
un ejército anónimo
me obligaba a elegir
entre dos seres queridos.
Así pasaba mis días
salvando a mamá
pero no a mi abuela,
reflexionando si la chica
que me gustaba
merecía vivir más
que mi hermano.
Crecí,
y supe que ese ejército
nunca existió.
Igualmente,
todavía espero el día
y por las dudas practico
los gestos con los que
voy a explicarle a mi hermano
que no lo voy a elegir.
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